Yo solo sé que, si esto sigue igual, el “te quiero” perderá todo su significado, si es que no lo ha perdido ya, y que tarde o temprano pasará lo mismo con el “te amo” y la única solución que yo le vería a eso sería inventar palabras nuevas, pero me parecería llegar a extremos innecesarios, ya que yo, el “te quiero”, lo uso y siempre lo usaré para demostrar el amor a mi pareja, y si quedamos unos pocos que lo usemos como debe ser, su significado no desaparecerá nunca.
Marta Cardó / 2º de Bachillerato A
El suave caminar sobre el suelo enmoquetado, las risas de los niños, el peculiar olor a sal y mantequilla unido al repiqueteo constante del crujir de palomitas, esa pareja de novios que se hace arrumacos en la última fila, los grandes refrescos saboreados con deliciosa lentitud, mientras tu mente, absorta, pone toda su atención en la inmensa pantalla que se extiende ante ti, reproduciendo esa película que tanto deseabas ver, interrumpida de vez en cuando por un grupo de adolescentes que alborotan o por esa pareja de ancianos que han llegado tarde y no encuentran su sitio… Vamos, lo que viene siendo la experiencia de una tradicional tarde de cine es hoy en día, señores y señoras, una soberana estafa.
Tú, inocente ciudadano, llegas al cine feliz y contento, esperas pacientemente una cola eterna, que más que en el cine pareces que estar en el metro en hora punta, y cuando llega tu turno pides educadamente tu entrada. Como hay mucha gente te toca una butaca de esas de las primeras filas, de las que hacen que salgas del cine con tortícolis, pero no te importa, esa película merece la pena. Entonces, sin aviso previo, sin anestesia, la cajera ni corta ni perezosa te dice el precio, comienzan a sudarte las manos y buscas torpemente en tu cartera un billete más voluminoso que aquel de cinco euros que con paternal amor habías reservado para ese momento. Transcurridos unos minutos después del pago, te recompones, no ha sido para tanto, intentas convencerte a ti mismo, será por eso de la crisis que la vida está más cara, te dices, pero lo que no sabes es que lo peor está aún por llegar. ¿Qué es un cine sin refresco y palomitas? Nada. Por eso te dispones a ponerte de nuevo a la cola, a comprar algo de picar, y de nuevo te estafan, no es que las palomitas estén menos ricas que antaño o que tu refresco tenga menos burbujas. Es que, de nuevo, esos cinco euritos se han vuelto a quedar cortos, ¡y tan cortos! Disfrutas de la película, como siempre, te ríes, lloras o simplemente observas, pero esta vez al llegar a tu casa, tras mirar tristemente tu cartera, descubrirás que tendrá que pasar mucho tiempo hasta que puedas volver al cine… Porque sí, hoy en día el cine se está convirtiendo en un lujo que no todos nos podemos permitir.
Me gustaría que alguien me explicara qué ha pasado, por qué si la industria del cine está tan de capa caída a causa de las famosas descargas ilegales no hace nada para incentivarnos a ir al cine, al contrario, nos lo pone aún más difícil y se excusa alegando que es para compensar las pérdidas económicas que la piratería les supone. ¿Bajarán entonces los precios si cesan las descargas? Permítanme que lo dude. Hay quien se contenta con pensar que son aquellos que fijan los precios los que con estos se ven perjudicados, al ser cada vez más personas los que se niegan a pagarlos. Sin embargo, a mí me sabe amargo pensar que alguien pueda dejar de acudir al cine por una cuestión de precios. Por supuesto que ninguno de nosotros va a faltar a un estreno esperado o a una cita especial por no pagar la entrada, pero quizá aquellos que acuden al cine con regularidad, aquellos que disfrutan del simple hecho de pasar allí la tarde tanto o más como de la película, se replanteen el acudir tan frecuentemente, pues hoy en día, tal y como están las cosas, el no ir al cine puede resultar algo superfluo. Por eso hoy quiero dedicar estas palabras al cine, al séptimo arte, al entretenimiento de mayores y de pequeños, tan viejo como eficaz, y a la estafa más sutil del momento.
Javier Aparicio Chaves / 1º B Bachillerato

Educación sexual en la juventud. En la juventud y en la vida. Una problemática que empezó más allá de que le preguntáramos a Adán y nos contestara Eva. No existe texto religioso, que es sinónimo de pauta de conducta, que no haga referencia al sexo, porque el sexo, independientemente del siglo en el que nos haya tocado vivir, siempre ha sido sinónimo de vida y de permanencia.
No es el objeto de esta reflexión hacer un estudio detallado del sexo a lo largo de la historia, con lo cual, debemos inscribirnos en la sociedad en la que nos ha tocado vivir, pero no nos engañemos: la actividad sexual es la única que ha hecho posible que el ser humano, más o menos evolucionado o más o menos involucionado, permanezca a lo largo de los siglos.
Sexo y profilaxis. Una rama de la problemática. Evidentemente en este tema se ha avanzado mucho en las últimas décadas, sobre todo gracias al trabajo de instituciones públicas y privadas que ante la avalancha de defunciones provocadas por el SIDA, proporcionaron medios profilácticos para evitar que la pandemia se convirtiera en catástrofe.
No obstante, no podemos a estas alturas del siglo XXI, atribuir el síndrome de la inmunodeficiencia adquirida y la elevada mortandad que ha producido al sexo. Todos sabemos que compartir jeringuillas y materiales de uso cotidiano en el consumo de ciertas drogas ha sido la causa principal de la mayoría de los funestos resultados.
Padres. Educadores. Todos ellos con la mejor intención y todos ellos llegando tarde. El sexo se debe explicar a un joven en edad de entenderlo y hoy en día, cuando se acomete esta difícil tarea, me temo que el ilustrador sabe bastante menos que el ilustrable.
Rosa Ros cuestiona la concepción del sexo como un producto de ocio apto para consumir. Reitero lo mismo. El sexo está ahí y no es malo. Con lo cual, su práctica, que no su consumo (no estamos hablando de comida rápida sino de relaciones entre personas) es buena y enriquece al ser humano.
Pilar Ortega, al mismo tiempo, cuestiona dónde se debe impartir educación sexual: en la escuela, en casa, en las farmacias o en las bibliotecas. Mi padre me ha dado una clase de educación sexual que se reduce a lo siguiente: él no recibió ninguna porque para sus padres el sexo era un tabú. Sin embargo, mi padre argumentaba que él no me hablaba del tema porque era absolutamente consciente de que en esa materia yo estaba mucho más bombardeado de información de lo que lo estuvo él en su juventud, aunque esto no significaba que no me pudiera prestar ayuda si yo así lo necesitara.
Por último, una pequeña reflexión. Hemos llegado a la luna. Hemos resuelto el enigma de nuestro ADN. Hemos sido capaces de matarnos, y lo seguimos siendo. Creemos estar en la cima en cuanto a la evolución de las especies se refiere. Pensamos y además somos conscientes de que nos vamos a morir. No hay ningún otro animal consciente de que su calendario tenga fecha de caducidad. Sin embargo, hay una cuestión a la que me resulta difícil dejar de dar vueltas. Nuestro medio de reproducción, nuestra forma de perpetuarnos en este planeta azul, no difiere en lo más mínimo de la de un ratón, de un pez o de una lagartija. Nuestro futuro, el futuro de aquellos que nos encontramos en la cúspide evolutiva, depende a fin de cuentas del mismo instinto que hace permanecer a los perros, a los gatos, o, de nuevo, a las lagartijas.
Está claro que algo tenemos que hacer para marcar nuestras diferencias. Los que sabemos que nos tenemos que morir, los más sofisticados y los más perfectos, de alguna forma tenemos que poner en valor nuestro patrimonio natural. Y aquí es donde entra en juego el amor. El amor o el cariño como experiencia de vida compartida. El amor como proyecto de futuro para el género humano, que por suerte o por desgracia, puede y debe mirar al futuro, algo que no les pasa al resto de animales. El amor a la hora de buscar lo mejor para la humanidad, que no tantas veces difiere de lo mejor para cada individuo, a la hora de dar la bienvenida a la vida a un ser humano, de tu sangre o de la sangre de otro, pero, en definitiva, semejante, salvándola del despropósito de un aborto injustificado.
Termino, y lo hago acordándome vagamente de unos versos del poeta chileno por excelencia. Venían a decir que no es concebible una casa sin puertas, un tejado sin tejas, unas ventanas sin cristales. No es concebible un hombre sin mujer, ni una mujer sin hombre.
En definitiva, el sexo es bueno. Es bueno prestarle atención, pero sin obsesionarse, porque el sexo es natural, y, lo mejor, el sexo aderezado con amor eleva al ser humano. Tanto al hombre como a la mujer. De cualquier forma, el sexo es extremadamente divertido y a ver quién de las ponentes del vídeo objeto de este trabajo me puede decir lo contrario.
EL TELÉFONO ESCACHARRADO
23042012
Olga Corral / 2º A de Bachillerato

El pasado 21 de diciembre de 2011 ocurrió un suceso en mi pueblo: un señor de mediana edad había sufrido un infarto en su cada y había fallecido. Según las fuentes más sabias y objetivas de mi querido pueblo, se afirmó rigurosamente que vivía solo, que acababa de separarse y que su vida estaba llena de sinsabores. Curiosamente, unos días más tarde, como un fantasma entre las tinieblas, el señor de mediana edad recientemente enterrado y beatificado por las altas fuentes informativas de mi pueblo fue visto en el bar tomando un vino. Todo el mundo lo miraba asombrado y confuso. El hombre, ajeno a todo lo ocurrido, se sintió cohibido y en un momento de explosión preguntó: “Bueno, ¿y qué pasa?”. Nadie se atrevía a responder. Todo el mundo miraba cabizbajo hasta que de repente alguien habló. El hombre, que no sabía ni reír, llorar, gritar o matarlos a todos, contó lo que realmente le había sucedido (se había cortado un dedo pelando patatas y había acudido a urgencias) y finalmente preguntó que de dónde había salido toda aquella historieta digna de un culebrón mexicano. Tras un incómodo silencio, todo el mundo comenzó a decir: “A mí me dijo Pepa que te habían ingresado por infarto, yo se lo dije a Juana, y Juana le dijo a María que estabas solo cuando te sucedió, así que María le dijo a José que claro, que estabas solo porque acababas de separarte, y José a Marcos le dijo que…”.
En fin, como podemos observar, un simple corte pelando patatas puede convertirse de la noche a la mañana en un infarto que termina en un entierro.
Con esta anécdota quiero mostrar a la gente cómo en los pueblos las llamadas “fuentes firmemente primarias”, más conocidas como las marujas del pueblo, dentro de su aburrida e interminable existencia, se dedican a cambiar o más bien a dramatizar las noticias que escuchan (en el médico, en el súper, en la pescadería…). Pero eso no es todo. Ese primer cambio de información premeditado realizado por dichas marujas va acompañado de un boca a boca de persona a persona, en cuyo transcurso la noticia se estira, se encoge, se exagera, se cambia, en definitiva, ocurre lo mismo que pasa en el juego de niños que se conoce con el nombre del teléfono escacharrado.
Finalmente, aconsejo a los habitantes de mi pueblo y de otros pueblos de España que quizás aún no han sido víctimas de las temibles marujas, que se anden con pies de plomo, porque quién sabe si algún día de repente entran a comprar el periódico y ven su esquela en la puerta del establecimiento.